En la inmensa profundidad
de la triste mirada de un niño
hondo es el suspiro de la noche
cuando el espera en su ventana.
En la casa, los calderos vacíos
son apoderados por la sombra
la mancha de la miseria inhumana
ésa misma que le nubla su ventana.
Su casi desnudo cuerpecito
sucio y ligeramente deformado
es atacado nuevamente por sus tripas
provocándole así un triste llanto.
Mientras tanto su noche se hace larga
acortándole lentamente su esperanza
y aunque el niño no dice nada
se pregunta si todos los niños tienen ventana.
De repente, sus pequeños dientes corrompidos
atacados por el hambre y la pobreza
se hacen visibles en un grito
que se ahoga al vislumbrar la imagen del que espera.
Y al verlo entrando por la puerta
no hacen falta las preguntas, ni respuestas
baja el niño su mirada
y con hambre otra vez él se acuesta.
de la triste mirada de un niño
hondo es el suspiro de la noche
cuando el espera en su ventana.
En la casa, los calderos vacíos
son apoderados por la sombra
la mancha de la miseria inhumana
ésa misma que le nubla su ventana.
Su casi desnudo cuerpecito
sucio y ligeramente deformado
es atacado nuevamente por sus tripas
provocándole así un triste llanto.
Mientras tanto su noche se hace larga
acortándole lentamente su esperanza
y aunque el niño no dice nada
se pregunta si todos los niños tienen ventana.
De repente, sus pequeños dientes corrompidos
atacados por el hambre y la pobreza
se hacen visibles en un grito
que se ahoga al vislumbrar la imagen del que espera.
Y al verlo entrando por la puerta
no hacen falta las preguntas, ni respuestas
baja el niño su mirada
y con hambre otra vez él se acuesta.
© Yolanda Quiroz
Del libro "IMPRESIONES", 1996
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